21.6.16

Cuento del Sol y la sombra


Este era un sol joven, apuesto y brillante. Amarillo, como una yema, rodaba por la clara azul del cielo en una radiante primavera.

Y mirando mirando, con su mirada de fuego sobre la Tierra, descubrió allí, justo enfrente, un maravilloso rosal de hojas nuevas y espinas relucientes. Pero cuando vio aquellos capullitos prietos y sonrosados, ya no pudo apartar la vista. Se había enamorado de las rosas
Estas, al notarlo, se les subieron los colores. Pues también ellas estaban enamoradas del Sol.

En aquel precioso momento una pequeña nube se interpuso entre los amantes y el Sol pidió a la nube:
— Por favor, amiga, ¿podrías apartarte un poco? No me dejas ver el rosal.

La nube respondió entonces:
— Espera un momento, estoy dándole un poco de sombra. ¿No ves que se está secando? ¿No ves que la miras sin pestañar siquiera y poco a poco la estás abrasando? Espera un instante, en cuanto mi sombra la refresque la encontrarás aún más hermosa.

El Sol nunca había oído hablar de la Sombra y muy asombrado preguntó a la Luna sabia:
— ¿Qué es la Sombra?
— Sombra es todo lo que tú no ves —dijo la Luna—, es la oscuridad que muerde mi luz hasta apoderarse enteramente de mí una vez al mes.
— Para mí siempre estás llena —respondió el Sol a la Luna y esta se sintió muy halagada.
— Cuando tú te vas —continuó diciendo—, brillan las estrellas y la noche se apodera de todo.
— Pero, ¿qué son las estrellas? —preguntó el Sol cada vez más sorprendido de su ignorancia (incluso pareció que en aquel momento disminuía su fulgor).
— Son destellos del cielo, como los pequeños reflejos de ti que a veces se ven en las aguas.
— ¿Y la noche? ¿Qué es la noche?
— La noche es la forma en que se ve la Tierra cuando tú no estás.
— ¿Y es muy diferente a como yo la veo?
— Hay tanta diferencia como de la noche al día.